Desde pequeña me dijeron que los monstruos no existían, pero todo fue mentira

mala mente


Como la pareja que primero apasiona y luego maltrata y aniquila tu autoestima, como el terrorista que arrebata vidas inocentes o el político capaz de iniciar una guerra.


Si hay algo que todos sabemos es que las palabras son importantes, que crean etiquetas y atribuciones que no siempre son del todo ciertas. El término “monstruo”, por ejemplo, tiene en su origen una connotación ficticia para describir a todos esos actos que ante nuestros ojos escapan a la lógica y representan la maldad.


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Dicen los expertos en psicología criminal que la primera vez que se usó el término “monstruo” para describir a una persona en el ámbito policial, fue en en 1790, en Londres. 


Las autoridades buscaban a un asesino fuera de lo común, algo perverso que sembró el pánico en ciertos barrios londinenses a lo largo de casi dos años. Estoy hablando de "Jack el Destripador".

Un ejemplo de ello fue lo sucedido a lo largo de los años 70 en Estados Unidos con "Ted Bundy".


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Dentro del universo criminalístico, Ted es el asesino en serie más despiadado de la historia. En los interrogatorios sugirió que pudo llegar a matar a 100 mujeres. Una cifra a la que las autoridades dieron crédito, por lo cruel del personaje, a pesar de que solo encontraron los cuerpos de 36 de su víctimas.


La conclusión a la que se llegó es que Bundy no era psicótico ni drogadicto, tampoco alcohólico, no presentaba daño cerebral ni padecía ninguna enfermedad psiquiátrica. Ted Bundy simplemente disfrutaba haciendo el mal.


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Hay otro lugar donde habitan los monstruos: en nuestra mente.


Sabemos que nuestro mundo, nuestra realidad más cercana, es a veces como esos inquietantes cuadros de Brueghel el Viejo, donde el mal se esconde entre la cotidianidad de la muchedumbre, entre el rumor de las masas en una ciudad, conocida o desconocida, en una calle cualquiera. 


Sin embargo, los monstruos capaces de hacernos daño no solo habitan a nuestro alrededor; de hecho, donde más espacio ocupan es en nuestra propia mente.


A veces, el miedo, nuestras emociones y pensamientos pueden atenazarnos hasta el punto de encerrarnos en un lugar muy oscuro donde quedar perdidos, asfixiados y apresados por nuestros propios demonios.


No obstante, y en vista de que no siempre podemos controlar a los que se camuflan en nuestra vida exterior, seamos capaces ante todo de espantar a los que de vez en cuando aparecen en nuestras mentes.

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